martes, 4 de diciembre de 2012

Luchando con el demonio rojo

Este post fue inspirado por la bloggera Desmadrosa de Desmadreado, cuyo post titulado El desmadre de conducir con tu bebé, me recordó la peripecias que he pasado yo conduciendo (además de que debo admitir que soy fan de las publicaciones de esa mujer), pero en mi caso conducir con mi Little Monster ha sido todo un caso, pues aprendí a manejar "bien" una vez que él nació.


Durante los 26 años que tengo de existir sobre la tierra (casi 27) el conducir un auto se resumió en un Jeep de Barbie que tuve a los ocho años y que terminó destrozado con el paso de los años; cuando cumplí 16 años mi abuelo sacó mi permiso, pero nadie tenía tiempo de enseñarme hasta que a los 18, después de sacar la licencia de conducir PERMANENTE (¡oh sí fui de esas afortunadas!), me inscribieron a un curso de manejo que duró una semana, un mes después del curso mi mamá me dejó sacar su auto que terminó en la pared del vecino de enfrente, lo cierto es que sólo me subí a la banqueta, no le pasó nada al coche, pero mi mamá siempre dirá que me estrellé con la pared. Así que dejé de conducir, de ahí en adelante mi primo me sacó ocasionalmente para darme uno o dos consejitos para que quizá algún día pudiera conducir mi propio auto.

Yo ya estaba bien resignada a ser pasajera y usuaria constante del transporte público, hasta tengo mis tarjetas de metro y metrobus (lástima que no hay del tren ligero), cuando apareció en el mapa el Little Monster y la insistencia del Sr. Z (ese es mi marido) de convertirme en conductora (¡maldita sea mi suerte!), me compró un coche rojo al que bautizamos como "Hellboy", es por eso lo de luchando con el demonio. Una vez que el coche llegó a la casa había que enseñarme a conducir ADECUADAMENTE...

Afortunadamente el Hellboy es automático, pero además no les dije ¡¡¡vivo en Xochimilco!!! la zona rey del tránsito de la Ciudad de México, donde además las calles son reducidas, porque los queridos nativos construyeron donde quisieron y como quisieron, por lo que las calles están hechas a como Dios les dio a entender, además de que todo es cerro, por lo que las subidas y bajadas son endémicas (como los ajolotes), entonces un demonio automático es la opción.

Para ya no hacerles la historia tan larga a los dos días de conducir de manera frecuente (es decir Íker tendría un mes) me estampé con la parte trasera de un matiz (que por cierto son de plástico) que estaba estacionado en una bajada de una calle de dos vías, donde los espacios en ciertos momentos se reducen a un carril y además no hay banquetas (yo dije que era inevitable, mi marido y mi cuñado dicen que soy mensa). Aproximadamente una semana después un montón de vagos en un jetta viejo me pusieron un rayón con la intención de que me bajara (o no sé), pero al ver que eran seis hombres con cara de maleantes y yo con un bebé de un mes y días en la parte trasera decidí que sus intenciones no eran buenas y escapé de ahí (segundo asalto); y el tercero y último fue hace unas semanas cuando una estúpida camioneta de policía no me dejaba pasar a mi casa, estando a una calle, cuando me dijo "si cabe la dejo pasar", reto al demonio que llevo dentro y sí le acomodé un rayón del otro lado, al menos ya quedó parejo jajajaja y claro me gané un regaño en dosis del Sr. Z. 

Lo cierto es que aprender a manejar en la Ciudad de México, viviendo en Xochimilco y con un bebé de cuatro meses y medio como pasajero es el total referente de la frase "aprender a amar a Dios en tierra de indios".


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